¿Cuál es el verdadero control que tenemos sobre nuestra vida?
Desde el momento en que mi mente se convirtió en un motor de
pensamiento ya no orientado a las fantasías de los juegos de niños, sino en la visualización
del mundo que me rodeaba y la crítica al mismo, siempre pensé en el control y
la libertad que tenemos como seres humanos sobre nuestro cuerpo, nuestra vida y
nuestra alma. Definitivamente, la vida en sociedad trae aparejada una serie de “leyes”
que aprisionan nuestro andar. Leyes sociales, colectivas y temporales, que van
cuadrando nuestro ser en distintos modelos. Eso ya delimita nuestra libertad en
cuanto a expresión y liberación del instinto. Desde que nacemos somos
introducidos en un carril, con algunas ramificaciones, pero ya pensado y
controlado. Esto, naturalmente, provoca en algunos o quizás todos, un grado de
malestar. El cuerpo y el alma empiezan a sentir las limitaciones en su propia expresión.
Esto, sumado a que no todos están destinados a triunfar en este “camino”
impuesto, genera en algunos un fuerte grado de tristeza y desesperación.
Esa semilla oscura va germinando en el interior y brota de
maneras distintas. Entre ellas aparece un personaje lleno de terrible misterio
y dolor: el suicida.
Este personaje que lleva dentro suyo un gran secreto
codifica un pensamiento único y terriblemente fantástico para mí. Los hechos y situaciones
que llevaron a la configuración de su psiquis para llegar a tomar la determinación
de tomar completa y eternamente el control de su vida, son infinitas y no
pueden ser medidas y etiquetadas a causa de la multiplicidad de cada ser en esta
tierra. Cada uno de nosotros somos afectados de maneras distintas por el
entorno.
El suicida es un carente de afecto, un incomprendido,
abandonado. Es alguien incapaz de conseguir lo que necesita de los demás. Es
alguien que grita sin producir sonido. Es alguien que ya no ve la luz al final
del túnel.
Es un egoísta que por no poder, no permite. Que por decidir
terminar su vida, prohíbe de ella a los demás.
El suicida también es un valiente que enfrenta a la muerte y
la toma. Tiene en sus manos el poder más grande que es el de quitar vida. El suicida
es libre, tiene el completo control.
En ocasiones, el suicida es un romántico que orquesta un
final poético. En otras, es un sádico que horroriza.
Existen varios tipos de suicidas, por lo menos he oído hablar
de algunos. Aquellos que piensan su empresa durante un tiempo y se preparan
para ello. Dejan cartas a destinatarios particulares, planifican la mejor
manera de morir. Otros, son impulsivos y por la necesidad de terminar cuanto
antes improvisan con lo primero a mano. Otros se van sin decir porque. Aún más
terrible para los que quedan, el nunca obtener una respuesta. Algunos eligen
sufrir, otros una muerte rápida sin dolor.
El suicida no es necesariamente irracional. Algunos
realmente pensaron en porque esa era la mejor decisión a tomar.
El suicida cruza una línea. Y ¿Cuál es ese límite del que no
existe retorno? Alguien me dijo por ahí que se ha podido medir el tiempo que se
tarda en tomar esa decisión. Un minuto con treinta segundos parece ser el
tiempo en el que una persona camina por una línea y se transforma en alguien
que ya no quiere vivir. Va tomando en ese tiempo el coraje necesario para
llevar a cabo su objetivo.
¿Se nace suicida o nos hacemos suicidas? Es una pregunta que
la mayoría que saben la respuesta no están más. Pero es algo en lo que pienso
mucho. ¿Hasta donde uno puede acercarse a la cornisa sin dar el salto?
El suicidio es una respuesta natural a un sistema que
funciona mal. Entonces, el suicida además de todas estas cosas, es un producto
de una sociedad enferma, que no es capaz de satisfacer a todos.
Y dentro de esta sociedad de esclavos virtuales, el suicida
se constituye como uno de personajes más libres en este mundo.